EL ARCO ESTE DE LA VIEJA EUROPA EN BICICLETA DE CICLOTURISMO
EL ARCO ESTE DE LA VIEJA EUROPA EN
BICICLETA DE
CICLOTURISMO (Español)
TREKKINGRAD ,
TOURENRAD, RADFAHREN (Alemán)
VOJAGBICIKLO,
TURISMA BICIKLO (Esperanto)
VÉLO
DE TOURISME (Francés)
TOURING BIKE (Inglés)
ROWER TURYSTYCZNY (Polaco)
CYKLOTURISTIKA (Checo)
Julio
y Agosto de 2012
Hoy os propongo un viaje por el arco este de la vieja
Europa, la rodadura de la bici es una schwalbe –joya alemana-, más que menos
dos mil kilómetros sin parches, y después de recorrer la provincia de Cádiz
–dignamente hermosa-, con más que menos 20 pinchazos en la época de las
crucifixiones y procesiones de mantillas,
peinetas y costaleros… un lujo estos alemanes.
El viaje lo inspira la música de Mozart y hacia él nos
dirigimos –Salzburgo- está en el centro del arco.
Yo no estoy en el centro de arco alguno, viajo en una línea,
que con paso muy corto, mirada estrecha en escudar y visión muy limitada en detalle
-soy holgazán en la cultura-, intenta que las sensaciones dibujen coordenadas
hacia las que orientarse –en versión revoluciones/ideas- . Me interesan las
revoluciones, no las conversaciones que revolucionan, para mí, no sé qué…
Mis héroes, los viajeros que consiguen documentalizar lo que
están viendo –versión libro, fotos, documental, su gesto en la vida-.
Después de timbrar a todas las posibles escasas
posibilidades de viajar con la bici en todo menos en avión –por el trato
indigno que reciben nuestras compañeras-, nos subimos al avión en Madrid –la T4
impoluta desmesura- de la sala de espera succionados al asiento del avión, sin
mota de polvo ni brisa de la mañana -son las 8-. Aeropuerto de Berlín,
escalerilla y por alfombra la pista -1ª
foto al natural- sin focos y anuncios de hamburguesas, caminamos por pasillo
anexo a la nave principal, el techo tiene a la vista cañerías, mangueras,
cables de conducción eléctrica - la ornamentación y escaparatismo no tienen
oficio- y a medida que Berlín nos acoge,
la respiramos como un pueblo que perdura en lo añejo explorando en lo nuevo con
la humildad que la historia les ha marcado, con un borboteo de creatividad
desde lo accesible y posible - sin
hipotecas y burocracias que enredan lo primogenio-. Berlín son aceras con uso,
en donde las piedras de diferentes historias se mesturan, las bicis se apoyan
en los árboles -las hierbas crecen entre sus radios-, los bancos –cajones
descuadrados- donde todos los culos
encuentran su molde, terrazas y terrazas con pequeñas mesas y sillas -cada una
de su casa-. En Berlín los pájaros
despiertan las mañanas, los
árboles buscan la luz en libre equilibrio –las tijeras de podar se oxidan en
Berlín-, los jardines no tienen concepto en Berlín, las hierbas, arbustos son
nido de pájaros, aves, mamíferos, reposo de mirada, olfato, naturaleza que
exhibe su derecho a estar, si se deja, en lo humano. En Berlín los escaparates son
las ventanas de las casas; los usureros prestamistas en Berlín ocupan los
sótanos, en Berlín no hay mercaderes, la creatividad no se cuece con euros.
Berlín, Berlín no es Alemania, Berlín es
República Independiente de Europa, y ahí os la dejo con estas poquitas miradas…
Berlín… tiene muchísimas más.
Alemania es otra cosa, de entrada deciros que nos resultaba
muy complicado encontrar a persona alguna en la sucesión de viviendas
unifamiliares de tiralíneas que el carril bici deja atrás –creemos que estarán
todos en canarias-, difícil una cerveza, una tienda para calmar el pedaleo con
la escusa de cestear entre las mujeres alemanas pensando en la saciedad de una
comida; sí, Alemania es el paraíso del
cicloturismo –construyen una carretera para coches y en paralelo un carril bici
con mejor asfalto ¡SI!, pero nos
preguntamos y estas gentes que ocupan estas
casas? Cuando laborean los jardines milimétricamente trazados, sin un pelo de
hierba que levante el brazo. Alemania tiene kilómetros de bosque, nuestro amigo
Félix –“guardián de bosques”-, enseguida nos pone en conocimiento, no existe
biodiversidad –bosque autóctono-, son líneas de postes –bosque de producción
intensiva-, nos ofende esta pulcritud.
Pedaleamos a la vera
del río Sprêe, cerquita de la frontera con Polonia, y a Polonia nos pasamos
buscando pueblos y gentes que se sientan a la puerta de casa y entre ellos “calcetan” cuentos y chismorreos, y los encontramos
–tienda, bar, correos, todo ello en uno, y hasta conversamos en español con los
lugareños. En Polonia impactamos con la cara de Merkel, el Fondo Monetario Internacional,
la Organización Mundial del Comercio, el Oficio de Albañil nos hace la lectura:
el ladrillo que levanta una granja en Alemania es el mismo ladrillo que levanta
la granja Polaca, el albañil el mismo, el diseño arquitectónico el mismo, el
volumen de la edificación el mismo; hoy la granja alemana está opulenta y en
plena producción, la granja polaca abandonada.
Los campos de trigo y maíz comienzan en el horizonte y terminan en la
frontera con Polonia; a la entrada de Polonia tomando una cerveza nos dicen que
tengamos cuidado, en Polonia te pueden
robar –pensamos que eso se lo harán a los alemanes que están cargados de opulencia-.
Circulamos por carretera de adoquín, recordamos los carromatos de la edad media
y casi el surco guía la dirección de la bici, nos acompaña en su bici un hombre
corpulento que viene de charlar en el
otro pueblo con sus vecinos y al paso mirará una pequeña leira de patatas para
el consumo de la casa y hablamos de aquello y de lo otro, con su brazo nos
señala su pueblo, en el cruce nos decimos adiós. Volvemos a la salchicha
alemana, para mí tiene la piel dura, me decanto por el codillo. Algunos… de
cuando en cuando se rebelan al pedal y ellas sin quererlo -las bicis- nos meten
en patio de casa alemana, él está
arreglando el biscutercortacespez, con plano eléctrico y ferretería de
herramientas, ella nos asusta –macromujer-, nosotros llevamos a Maite por
mujer, la escala de dimensiones nos hace comprender con claridad lo que es
grande y lo que es pequeño. Comimos bien y no conseguimos arreglar el
biscutercortacespez, más bien nos retiramos cuando Félix sugirió quemar la
boquilla de la bujía, fuimos testigos de la rápida compresión del alemán y de
cómo despojaba de nuestras manos herramienta alguna.
Sedientos de cerveza y aplastados por los monocultivos
adelantamos a barcaza que navega rio abajo y en rápido pedal buscamos el primer
pueblo checo que nos acoja, es una villa de plaza ancha y abierta, un bar, son
las 11 de la mañana y ya encontramos a
gentes que se apoyan en la barra,
sentadas en la mesa con su vaso y relleno, nos miran… lo que nos resulta
extraño… y comprendemos que no nos ubican en el planeta –nuestra lengua no es
de país vecino-; aquí ya echamos rápida cuenta,
en Chekia tres cervezas de ½ litro equivalen a 1 alemana, la parte de
hombres –que a mí me corresponde describir y que conforman la expedición- ya
cabalga entre bodegas cerveceras y canalillos de ajustado corsé- Chekia
disfruta de las mujeres más seductoras y
elegancia que se nos ha permitido ver en
el arco de estos 6 países; hasta donde sabemos la chica de la expedición no disfrutó de hombres dulces, todos presentaban
un porte descuadrado, sí es cierto que fue piropeada “chica guapa española
está”, y respondida al canto del timbre por estrecha vereda con palmitas,
sonrisa, mirada, lo que provoca suspiro, coloretes y no se sabe cuántos efluvios
más, un mareo de sensaciones que como pudimos tuvimos que apuntalar para que no
se nos callera al río.
Vamos llegando a Praga, bien bañados en cerveza que con los 80 kilómetros que sin quererlo veníamos
haciendo día a día, eran evaporados en pasmosa contemplación e incomprensión
por nuestra parte -nos evaporamos dos
litros por día-, el agua la utilizamos para hacer los espaguetis, el desayuno ,
lavar los dientes e in extremis el “lavado por parroquias”. ¿Dónde queda
Berlín?... Viajar en Bici no es viajar en coche, hemos pedaleado por 6 países
en mes y medio, y en tiempo real, si en tiempo real, cada 10 días cambiamos de
país, esto en coche es una matada, estas deseando llegar a casa para descansar
de gasolineras, aparcamientos, terrazas, gente, piedras unas sobre otras que
dicen que son bonitas etc., en bici la cadencia del tiempo es otra, cuando
llegas a Praga, Berlín ya está pensado, sentido, repensado y resentido mil
veces en pausada palabra; en bici la ciudad la garabateas toda, en coche la descubres
desde el ascensor del parking, la caminas arrastrado por el asfalto, la
descansas en la siesta de los hoteles
clonados y aspiras a sentarte en la esquina de alguna terraza deseando que la
ciudad te la echen en pantalla gigante en la pared de la plaza que tienes
enfrente… estás que no puedes más, pero el protocolo hay que cumplirlo y esta
página se repite un día y otro día, aliñado con el sablazo de la gasolinera y
dóoooonde comer. Viajar con alforjas es otra cosa…
Praga…, Maite le retira el maquillaje y nos descubre una
ciudad cartón, edificios huecos, ya no sólo es una ciudad con paredes pintadas
y edificios de grandes dimensiones horizontales, lo que es una curiosidad y
encanto especial, Praga es un Pack turístico, las agencias de viaje han secado las
alcantarillas de la ciudad, Maite tuvo el privilegio de visitar Praga antes que
las agencias de viaje, y aquella era la Praga de la Primavera, hoy es una
ciudad temática. Hasta tal punto es así que salidos del circuito, la agencia de
viaje termina en una acera y la otra de la calle en paralelo retoma la
cotidianidad, allí nos encontramos con
la lavandería –su dueña -una chica embarazada- que nos lleva de la mano
enseñándonos los pasos a dar, librería para ver mapas, tienda de montaña para
comprar la bombona de gas, tienda de comestibles, gentes con cesta de compras,
bicis que portean a la mamá con el niño de traslado de casa a casa.
No nos engañemos, las ciudades en Europa, no se hicieron
pensando en las bicis, la bici siempre estuvo en la ciudad, pero la ciudad no
siempre estuvo con la bici, los coches allí también tuvieron toda la
exclusividad del espacio, pero de años para acá la responsabilidad del que toma el voto, o la ocupación en masa y en
derecho del espacio público, devuelven a la ciudad el sentido del vivir en
pausado crecimiento, mimando la historia de lo hecho y en fina pincelada con mucha humildad
proponiendo nuevas líneas; las ciudades no tienen ruidos, surcadas por
autobuses eléctricos y cadenas de tranvías eléctricos –si bien surtidos por demasiadas centrales nucleares-, permiten un
fluir limpio a todos los sentidos; aquí es atracción turística el tranvía de A
Coruña, por ahí es normalidad. En
Ginebra, los parques, son bosques para vivirlos, en los que puedes hacer un fuego, una parrillada en el jardín del edificio –por
otro lado tremendamente gris, opaco…
tétrico- de la Organización Mundial del Comercio.
La República Checa nos regala unas rutas para cicloturismo
de largo recorrido, cuidadosamente señalizadas –sin sobre gasto, aprovechan
postes y todo soporte que se ajuste a la idea predeterminada-, no supone
esfuerzo encontrar la señal que nos
orienta, con muy poco carril bici, estrechas carreteras sin tráfico, caminos
que deambulan por el bosque –aquí si autóctono-, entramos y salimos de pueblos,
ciudades y villas sin mayor dificultad; porque debemos saber que entrar en una ciudad caminando, en
coche o en bici –es fácil- dirección centro o cúpula de catedral, pero salir
tiene otros cantos, sobre todo caminando o en bici, arterias de autovías que se
circunvalan unas a otras y así mismas, en vertical y horizontal, polígonos
industriales con traseras que son
estercoleros a cielo abierto, y cada tajada que la excavadora se come para
nuevo edificio se lleva por delante como palillo para limpiar sus dientes toda
posible pasada señal de orientación allí humildemente colocada –las salidas son
de nervios-, puedes terminar en la boca de una autopista, en la calle de un
polígono sin continuación, siempre terminas con
cara de tonto no comprendiendo… y
siempre nos decimos… lo mejor es coger un tren –esto en Europa, en España la bici es objeto molesto para los
medios de transporte- que nos saque a 15 kilómetros de la ciudad.
Ya estamos llegando a Ceské Budejovice al sur oeste de Chekia
y próxima a Linz ciudad austríaca, aquí nos despediremos de Fer; su perfecto alemán nos permitió saborear
platos mucho antes de pedirlos, a sabiendas de que no fallaríamos en el pedido;
su perfecto alemán, le permitió – a ÉL- caminar, conversar, mirar, intercambiar
no se sabe que sonrisas, tropezar el gesto en tontería alguna, “quedar” para no
se sabe qué de la llave- al lado de las chicas más seductoras de
Chekia – entre muchas… Jana -; su perfecto alemán nos ilustró sobre las formas
y maneras de los alemanes; su perfecto
alemán sembró de cultura las autopistas de carriles bicis que los alemanes nos
ofrecieron. Pero lo que más nos permitió su perfecto alemán es disfrutar de Él.
Hemos recorrido Chekia de noreste a suroeste, acompañados
por los grandes ríos Sprêe, Elba, , Vitava, así como acompañados por el
continuo paso de trenes de mercancías y viajeros; Chekia tiene una red de
ferrocarril extensa, los ríos a un lado y el otro disponen de doble vía, día y
noche circulan trenes con la frecuencia que la seguridad de distancia permite
entre ellos; deducimos que Chekia dispone de
la mano de obra barata para Alemania, nos sorprende el paso continuo de
trenes de mercancías.
En un paraíso de bosque, no lejano a la frontera con
Austria, y no lejano, porque en este mundo no sería de otra manera, de central
nuclear, un pueblo acoge a un alquimista informatizado, de la maquina-ordenador
extrae la esencia de toda planta, fruta; catamos sus mexturas ¡ hasta licor
café ¡ -producto made in ourensano por excelencia-, cultiva este alquimista, su
mujer profesora de español en la universidad de Chekia nos ilustra sobre
alquimias y otras vidas. Disfrutamos del
encuentro.
Chekia tiene mucha historia y sabedora de lo que hay fuera
no quiere que nos vayamos, la salida nos la pone cuesta arriba y aunque por un
praderío de vida: bosque, agua, fragancias, vamos perdiendo oxígeno, y…
vaporizados por el alcohol que la otra ladera –austríaca- exhuda nos sentimos
atraídos; dulces prados verdes en
desnivel suave, granjas enormemente enormes ennoblecidas con madera, ganado
estabulado y tractores a la verde siega - las flores en la casa ponen una mota de color y calidez a las
inmensas extensiones de prados-, todo excesivamente atendido. La primera cerveza, seca el cauce de calderilla
con el que nos movíamos por Chekia días y días –en ágil cálculo toda terraza
desaparece de nuestro paraíso-; acampados en lo alto de la torre del pueblo
bajamos a los sótanos donde descubriríamos
que el licor no se hace añejo y la cerveza
es el brindis de la salud, antes de entrar ya nos solicitan para que les
acompañemos en larga mesa, tímidos
y corteses a la vez, rehusamos, así que el primer
austríaco que entra, se sienta al lado de nuestra chica y en español ibizenco
le exhibe sus encantos, Maite que a los
ojos mira, se los encuentra demasiado brillantes, para nosotros es temprano
para estar ya con una tajada tan prolífica en palabras; nos obsequian con un
licor, a lo que respondemos con el licor café que pretendíamos llegase a España
y que nos regaló el maestro informático-alquimista de multilicores Checo, como abejas a la miel nuestro panal se quedó
pequeño para acoger tanto visitante, por supuesto la botella se secó en un
momento, y a partir de ahí se sucedieron palabras, conversaciones, licores,
cervezas, bailes, cantos y ni un bocado de comida… dos días nos llevó salir de
la torre y todo gracias al viento que nos azotó y zarandeó hasta secar el
alambique aguardentero.
Buscamos el Danubio entre las grandes montañas que suavemente nos permiten un pedal
sin fatiga –las carreteras en estudiado desnivel nos resbalan hacia el Danubio
en Linz-, comemos en el parque, compramos la bombona en tienda de montaña,
admiramos el Danubio –no nos llama el bañarnos, la caliza descompuesta en el
agua no permite su trasparencia y un cierto lodo enfría el sol que se pega a
nuestra a piel; Linz ciudad industrial que seca al Danubio, permite realzar el
deseo de Salzburgo, y a pocos kilómetros
de Mozart se nos reafirma lo que para nosotros fue una sorpresa: la
simpatía, humor y lo mucho que
les gusta conversar a los austríacos.
Reservamos dos días en camping a la entrada en Salzburgo y
un turismo donde la batuta de la música pone melodía y ritmo a paraguas alguno
de guía, donde los pentagramas de Mozart
diseñan el trazado del tranvía, nos permiten sentirnos cómodos y disfrutar de
las gentes multiculturales, disfrutamos de una ciudad donde el culto de la
música no permite falsetes –los negocios son auténticos, no existe el plagio de
marcas ni marcas comerciales y de estar –muy discretamente colocadas-.
Visitamos la casa materna de Mozart, nos cautiva la responsabilidad social de
los padres de Mozart, el abandono de la comodidad y la entrega de su vida para
dar a conocer la música de Mozart. Comemos
y conversamos en un fresco callejón de escaleras, Mozart liga nuestra
propuesta de comida. La fortuna de enriquecer nuestro espíritu y mecer las
emociones se nos brinda a las 18,30 de la tarde en la catedral dentro del marco
del Dom Konzerte Salzburg: Freitag, 3
august W. A. MOZART “Ein Stück für ein Orgelwerk in einer
Uhr” KV 594 REQUIEM KV 626 u.a. Aleksandra Zamojska
(Sopran), Monika Waeckerle (Alt), Bernhard Berchtold (Tenor), André Schuen
(Bass); Salzburger Domchor, Japanischer Gastcho. Ya estamos sentados en las primeras
filas -30 euros-, nerviosos intuimos una apoteosis de efervescencias entre la
piel, las otras gentes no ocupan nuestra mirada, como focos de luz los ojos
acompañan el camino y acomodo de músicos y coro de 70 voces, sentimos la trascendencia del acto a través de las
posturas que soprano, alto, tenor y bajo adoptan al paso de la partitura; el tejido de nuestro cuerpo vibra, las
emociones que traspiramos humedecen la textura de la piel, no nos movemos por temor a despistar una nota,¡ no ¡, no nos
movemos por que las notas nos tienen silenciados, cautivados; concluido… el
suspiro nos devuelve el aliento de vida, la mirada recompone nuestra
existencia, somos de los últimos en salir, caminar no nos resulta fácil; las
bicis nos esperan en la plazoleta de la catedral. Félix y Maite… esmigadores de salsas, aromatizadores de grado alguno que hubiere en estado líquido
y previsores de decadencias del alma, ya
tienen localizada la Abadía cervezera, y en cierta verdad Abadía fue, techos
catedralicios decorados con rojos y
exhuberancias que invitan a la charla y humedecer los labios, estanterías al
alcance de la mano para hacerse con jarra blanca y pesada, capillas con viandas
para todo paladar, fuente con pilón para lavar la jarra y renovar su contenido,
mesas corridas y gentes que se brindan salud; codillo, el calor de las gentes,
el frescor de un litro de cerveza, la conversación, todo ello en tiempos que la
tranquilidad propicia sacian vacío alguno.
Por momentos no existe viaje en bici o el viaje ya cumplió
su objetivo, no tenemos destino, ni emoción mayor que pueda superar la vivencia
de Mozart, y a estas horas la Abadía,
con cierta desorientación buscamos el camino hacia nuestros sueños, de entrada
el camping.
A la mañana, sin
orientación definida –confundimos Berna con Genéve-, pedaleamos al encuentro de
la frontera con Suiza, previo paso por el Tirol austríaco, y buscamos una
librería que imprima la cartografía en nuestro cerebro, será el librero del
pueblo el que nos lea el mapa, describa
los valles y montañas que nos acompañaran; no hay una palabra que diga
esfuerzo, pero sentimos dudas –no pronunciadas- de nuestra capacidad motora para el reto de
las montañas del Tirol; en el pueblo nos dejamos cautivar por el grupo de Jazz
que acompaña la sesión vermut, echamos de menos la terraza –que las ahí-, pero
nos están vetadas, plátano y fruta en un banco de la plaza es el regalo que nos
hacemos, y pesarosos sin esperanza
pedaleamos…, el río Inn adelanta con
facilidad nuestro pedal pero nos anima
saber que su dirección es la misma que la nuestra –al encuentro del Río Rhône.
Remontes para uso del
pueblo, remontes de estaciones de esquí sencillas, sin complejos urbanísticos
ni infraestructuras que malforman el paisaje, señales que en Innsbruck anuncian el prohibido esquí de fondo por la
acera nos dejan ver que estamos en temporada baja, y que la nieve y su uso es
un hecho de la cotidianidad. Los pueblos del Tirol con casas de madera, se
asientan a media ladera, la ganadería, la industria de la madera y un turismo
invernal diario y discreto dan vida a estos pueblos, en los que las
modernidades no encuentran clientes; los tiroleses y tirolesas tienen su propia
línea de moda en ropa, nos cuenta nuestro amigo Félix que ellos no llevan
calzoncillos, amoldar el pantalón de cuero lleva su tiempo. Hoy es santa Ana,
fiesta en el pueblo que acampamos, por la mañana levantados con el ruido del
montaje de la carpa, mesas, sillas y enseres varios que acogerán a los y las tirolesas
participantes en la fiesta; misa, después música, danza, cerveza y salchicha;
la lluvia no deja hueco para la música y la danza, a las 11 de la mañana, los
tenemos con la jarra de cerveza; Félix y Maite alargan el desayuno con ½ litro de cerveza, a las salchichas no
llegaron.
Los valles largos de media anchura, nos enfilan hacia Suiza,
Austria nos despide con estrecho paso en bajada, río y árboles; subimos unos
kilómetros y en bajada suave la aduana de Suiza nos da la bienvenida, cambiamos
dinero, no encontramos mapa y dejamos que la carretera nos lleve; es medio
día, el sol se encajona en el valle, nos saltamos el 1º “Furancho” –nombre que
Maite, en honor al apego de Félix por las capillas vitivinícolas, acuñó para
nombrar las capillas cerveceras-, el segundo furancho está
en el camino -una gran alegría,
no lo contábamos- a un lado dejamos las bicis y en el otro una mesa, silla y
banco; de las alforjas salen chorizos, quesos, pan y ensalada, cerveza de medio
litro y charla en lengua romance, un rosario de nietos todos dentro de la misma
cuenta hacen del camino su patio, la abuela -una madomna grande- tiene un yerno
portugués -, su nieta nos regala unas pocas palabras de portugués; estamos
cómodos, el camino es de tierra y nos hacemos el remolón, la madomna nos dice
que sólo tenemos un poco de subida –nada-, resultó un muro corto pero de
escalada –superado-, el bosque, las
curvas, el camino en sí nos cautiva, acamparemos a pie de camino, con mesa,
agua y pilón, pequeño contenedor para la basura, flecha con indicación de zona
de WC, todo ello siendo uno más en el bosque; por la mañana, Maite lee con la
luz blanca del día, en el desayuno emite la queja de que sus cosas siempre
están fuera de la tienda, ella siempre amanece sin doble techo. Félix siempre
amanece con paso decidido y orientación clara. En este viaje no se escuchó
queja alguna en cuanto a estreñimientos.
Por la mañana… amabilidad,
puntualidad, coordinación, las agujas del cambio de vía –manuales-, la
comprobación de los frenos a golpe de martillo dan salida a los trenes en Suiza, con los Alpes como escenario, el
sentido del equilibrio, la gravedad y los retos en ingeniería nos hacen
sentirnos niños acomodados por su mamá en el vagón de la admiración, que en
magnífico estudio de los mapas por parte de Félix y Maite, nos permite salvar
una inmensidad de altitud a través de 15
kilómetros de túnel –construyen uno de 50 kilómetros- y bajarnos del tren sin
antes vivir la velocidad cero de bajada por inmensa ladera en la que en zig-zag
la cabeza del tren pasa al lado de la cola del tren, y nos apeamos del tren en
estación entre montañas, de la que bajaremos y bajaremos acompañados de arroyos
que buscan el descanso en el valle, nos dirigimos a Ginebra, pero antes
acompañaremos a cicloturistas que hacen la vía Claudio Augusta al encuentro del
mediterráneo por Italia.
La tarde adelanta sus horas y ya tenemos que pensar qué
lugar nos acogerá en la noche, no hemos encontrado muchos campings, por lo que
cabe la posibilidad de acampada libre, entramos en valle, en el camino a la
izquierda mesas y bancos corridos sirven de punto de encuentro para festejar
algo, nos paramos más que nada por observar si la fiesta es de comida y bebida,
pero la voz con el trino tirolés cautiva el oído y en memoranza de nuestra
infancia murmuramos a distancia a Heidi-Pedro; entendemos que la fiesta tiene
su sentir en las personas que se encuentran en el lugar, sentir que para
nosotros está lejano, por lo que respetuosamente y con pedal callado
abandonamos la ilusión de cerveza; a poca distancia y a su derecha observamos
un pequeño aeródromo en el que se encuentran a pie de pista aeroplanos
pulidamente blancos y volumen con una línea –aerodinámica- que
seduce nuestro razocinio y alimenta la idea de volar; sugerir la idea y
preguntar en hangar fue solo girar el manillar y abrir la boca, la respuesta no
se hizo esperar: mañana a las 10 nos reunimos todos y se planifican los vuelos;
sobraban más preguntas y miedos; nos brindaron las instalaciones del aeródromo,
acampamos, cenamos y dormimos… mañana volamos sobre los Alpes.
El pueblo, copropietario junto con los pilotos de los
aeroplanos, de este antiguo aeródromo
militar, es un joyero de casas de robusta madera apoyadas en bajos
pegollos, los arroyos en su correr, salpican y dan sonido agudo a pesadas vigas de
árbol no maltratado en tablas de madera, es más la azuela que la sierra la que
da sentido a estas casas de ayer y de
hoy.
A las 9 de la mañana ya tenemos todo recogido y estamos
expectantes a la reunión junto al
hangar, un corro de 25 personas da la palabra a la información que los expertos
y responsables de organizar los vuelos ofrecen,
nos oímos citados como turistas españoles que desean volar… nos
presentamos y saludamos con la mirada y gesto; terminada la reunión un piloto
se dirige a nosotros y nos informa que serán tres vuelos de una hora y media cada
uno, el primero a las doce de la mañana, cada vuelo 90 euros y volaremos en un
aeroplano –una joya- con 60 años de antigüedad. Me otorgo el primer vuelo,
después Félix y por último Maite –tiene claro que volará, pero se permite la
duda-, llegado el momento el aeroplano fue como subirse al carrusel…
emocionante, y bajarse del carrusel … con luces que chisporrotean.
Volamos a 3000 y 3500 metros de altitud, a una velocidad de
80 a 100 km hora; salimos remolcados por una avioneta y llegados al punto que
el piloto consideró –el cordón umbilical retorna a la avioneta- y nos sentimos
suspendidos con el sonido del aire al roce frágil en estructura de delicada
figura que era nuestro aeroplano, varillas de metal no más de 1,5 cm de
diámetro dan estructura, ¿cartón, papel,
madera, chapa? de no más de 3 milímetros de espesor dan cuerpo a armazón,
campana de ¿metacrilato, plástico? a modo de uña cóncava que permite ver sobre
nuestras cabezas, a la izquierda y a la derecha, y un pequeño ventanuco por el
que el piloto testaba la temperatura a la búsqueda de aire caliente que nos
permitiese ascender; tres relojes: altímetro, velocímetro y nivel de
horizontabilidad de aeronave, mas una palanca que permite dar movimiento a los
alerones; el copiloto -nosotros- disponemos del mismo instrumental, el piloto
nos invita a probar la sensación de volar con nuestra propia mano, la tendencia
era vuelo a tierra, por lo que las rectificaciones del piloto eran constantes;
en ciertos momentos me pregunto: por la persona que hizo el 1º vuelo, al estar
en altura y plantearse aterrizar ¿Cuántas dudas le entrarían?, porque la
realidad es que el tortazo es de pastel de manzana. El aterrizaje de este tipo
de aeroplano es con frenada de costado a
pocos metros de la pista –impresionante vivido desde la cabina y visto desde la
pista –sin conocimiento previo, de
susto-. Volamos próximos a glaciares,
lagos alpinos, crestas, a la frontera con Italia, estamos cerca de Zermatt, el
pueblo más exclusivo de Europa, que reposa en ladera del Cervino o Matterhorn.
El piloto, nos regaló más tiempo del pactado inicialmente y
nos ofreció una cerveza de despedida a pie de hangar, con la que ensalivamos,
reímos y compartimos nuestras emociones, miedos, mareos y superaciones.
A las siete de la tarde, decidimos despedirnos de la familia
de pilotos, sabedores de lo exigente y lo altamente cualificados que tienen que
ser y estar estos pilotos, vuelan 4 meses al año sobre los Alpes –el riesgo
está ahí-. L a bicicleta –nada celosa- nos llevó, permitiéndonos conversar
sobre las maravillas vistas y vividas con el aeroplano.
Por la mañana en
descenso suave por estrecha carretera de pueblos tranquilos, que nos invita a
degustar las galletas mantecosas en cremoso café, a escribir una postal, a
detenernos en pequeñas plazas de fachadas pintadas con motivos varios, a
escuchar las fuentes, a recoger las
notas del piano que se escapan por la ventana;
pedaleamos y alcanzamos en llaneo
un valle que el progreso vacía de
interés, es camino de paso hacia otros valles que guardan los secretos de Suiza
- en el que estamos es entrada y salida para el Cervino-Matterhorn por la cara
Suiza, por ejemplo-, -quizás sea entrada y salida para el valle que guarda el
secreto de la maquinaria de las “navajas suizas” (ese chasquido que al abrir o cerrar hoja cualquiera de la navaja
es seña de identidad inequívoca) –victorinox-, por ejemplo. El valle nos
devuelve a nuestras tierras gallegas, de media ladera hacia la ribera se
asientan “socalcos”, muros de viñedos como en la Ribeira Sacra Ourensana,
aunque con una pendiente muchísimo menor; nos vamos despidiendo de los secretos
muy bien guardados de Suiza y ya pensamos en el retorno a Galicia, Maite y
Félix tienen vuelo desde Ginebra a Santiago de Compostela para el día 5 de
agosto, por lo que pensamos en coger un tren que nos lleve a Ginebra, desde la
ventanilla del tren disfrutaremos del paisaje veraniego del lago Lemán.
Ginebra nos recibe en fiestas, ciudad atareada, con muchos
tranvías y gentes de compras, con una zona monumental cuidada, sencilla,
silenciosa, pausada y que se deja caminar tranquilamente; parques concurridos,
su hierba es asiento, mantel, cama, fogata, pista de juego, lugar de encuentro;
el lago da inmensidad a esta pequeña ciudad tejedora de no se sabe cuántos
textos que gobiernan al mundo, aquí se encuentran las sedes de organizaciones
internacionales como la ONU, Organización Mundial del Comercio y otras.
Nos quedamos con la música de un tejedor de sonidos que
asentado al pie de un árbol y de espaldas a la ciudad esparce al lago su canto,
quizás para que la molécula del agua que lluvia será, perviva en estructura
armónica –cristal catedralicio-. Porque en Ginebra, también, se tejen futuros posibles, cerca del
aeropuerto y en frontera con Francia se ubica la Organización Europea para la
investigación Nuclear –CERN- con el “LHC” ( el Gran Colisionador de Hadrones) y el
“CMS” (Detector Solenoide de Muones Compacto); el 5 de Julio de este año 2012
hemos conocido la evidencia de las partículas de Higgs, se encontraron en
rastros de espirales y líneas dejados en los detectores del LHC por las
partículas creadas cuando se desintegran; hoy la resonancia magnética es una
técnica aplicada en la medicina que nace de las investigaciones desarrolladas
en el CERN y tenemos otras muchas integradas en nuestra cotidianidad, y
tendremos otras muchas que ojalá nos provean de humildad y nos reintegren a la
convivencia en igualdad de derechos y deberes con el ecosistema.
Hacemos noche en el aeropuerto, Maite y Félix facturan a
partir de las 5 de la mañana, amanece gris, lluvioso aunque con buena
temperatura…, salgo con la bici a recibir el aire de la mañana mientras Maite y
Félix se entretejen entre la gente, ya no me puedo agarrar a ellos, otros les
rodean, me siento en un banco -quizás necesito que algo me sujete-, pregunto a
un taxista la dirección a seguir y posiciono las luces de la bici –todavía es
noche-, un carril bici me transporta, cruzo un pueblo nuevo –residencia de los
operarios del CERN-, cruzo las instalaciones del CERN –es domingo y las visitas
están cerradas- una lástima!!!!, busco la frontera con Francia, una carretera
que siento fría me dice que estoy en Francia, mi mirada y mi cabeza a modo de
radar detecta cada vuelo, despegue y destino de los aviones; a las 7,45 Maite y
Félix volarán sobre mí, me encuentro en la inmensidad de la tierra solo… poco a
poco intento que la niebla que sube del río al fondo , me preocupe, que
el pequeño desfiladero sea puerta de algo –aunque se ennegrece con el paso por
túnel con coches que siento como flechas-, cruzo a pie agarrado a la bici, una
subida con paredes que anuncian escalada me da aire, desayuno en pueblo de tres
casas a pie de carretera –vendría a ser una venta, como tantas que se
encuentran en los collados o pasos difíciles de la montaña y que dan cobijo,
auxilio a los viajeros de paso-, el desayuno me calienta y empiezo a sentirme,
dos ciclistas de domingo me hacen ver que no estoy loco, que es normal ir en
bici por esa carretera y por el mundo, me animo y pienso en la ciudad que
guarda mi primer destino, Lyon. Continúa lloviendo y continúa la subida, me
molestan los coches, al paso por pueblo, a mi izquierda observo una pequeña
estación de tren de obra moderna, me acerco por cuestiones estéticas y a los 15
minutos ya estoy subido a un tren en dirección a Lyon; al mediodía la gran
plaza de arena roja da fuerza al sol que
en Lyon ilumina su anchura, edificios de porte neoclásico, juventud que
rejuvenece el poso de la historia de la ciudad, me resulta una ciudad alegre y
abierta. En la oficina de turismo me dan indicaciones aproximadas de la salida
de la ciudad –es en cuesta-, me voy apañando con preguntas cortas y respuestas
cortas, será en un Mcdonald´s –tristemente- en donde obtenga una respuesta
larga y clarificadora de dirección y pueblos por los que tengo que pasar –mi
agradecimiento al gerente de este Mcdonald´s ocupó buena parte de la ruta-.
Después de comer ya me siento alejado de los desperdicios que toda ciudad deja
a sus afueras, distante ya, disfruto del bosque, de las vistas, de la
carretera, del puente que me reencuentra en esta parte de Francia con el río
Loira –guía de otros viajes por Francia y sus castillos-; un cicloturista en
dirección contraria reafirma mi identidad, pedaleo con suavidad y busco acomodo
en camping que encuentro al paso; ya hago a Maite y a Félix en sus respectivas
casas situando el tiempo, el espacio, y en una cama…
En Le Puy L´e Valé, villa medieval grande, de calles
empinadas y adoquín en roja piedra de
volcán, con iglesias en picachos que
solo cabe espíritu, comienza el camino francés denominado “vía Podiense”; me
hago con libro que detalla ruta para cicloturistas –La voie du Puy á Vélo-;
duermo en camping de la villa rodeado de multitud de caminantes –son 3, quizás
cuatro los que lleguen a Santiago-, yo solo quiero llegar a Ourense o a sus
cercanías… o llegar a Irún, pero hoy solo quiero adentrarme por lo que he leído
: cruzaré por la Francia Rural, la Francia profunda, al paso no se encuentra
ciudad alguna ni villa grande en sus dimensiones; y efectivamente me encuentro con una Francia
agrícola, ganadera; asentamientos de
pueblos pequeños con casas en granito de diseño gallego – la corte abajo, corredor para el
maíz, gallinero bajo escalera; desde el
pueblo una mujer con vara acompaña a unas pocas vacas en su camino a la
hierba; leiras no grandes, con pasto
verde para el ganado, piedra de granito, o postes de castaño con alambre de
espino que establecen linde, no me siento lejos de mi casa; las villas sin
tiempos modernos se dejan estar en su Medievo, los turistas o son caminantes de
montaña o los propios lugareños afincados temporalmente en otras villas o
ciudades de trabajo, dicen más provechoso; disfruto del “ retourne du temp”.
Vengo de pedalear por cinco países de Europa,
en donde la llanura prima sobre la altura y aún ésta, en ágil cintura y hábil cabeza
conseguimos superarla y aquí, me encuentro con una Francia que es toda montaña
y para arriba más que para abajo, por lo menos es con lo que mis piernas se van
quedando, las señales de “C´ol D´aubrac abierto”, acongojan a cualquiera y por
llegar llegué a pie de pistas de esquí, de pie en la bici y más adelante que
atrás ascendí como peón los riscos del Tour, sin aplausos, ni prensa; no me
esperaba estas fatigas en soledad;
pensé… –en día alguno- que sería
meandrear pour les riviéres -río alguno-
camino de mar alguno; pero… también disfruto de encuentros como en
estas tierras austeras de Aubrac, con lo
que fue un plato de subsistencia el “Aligot”
y hoy es un plato de fiesta; villas
como Estaing, Sainte-Foi de Conques con pasadizos, callejuelas que son eco de
la herradura del caballo, fácilmente me transportan a la historia; Cahors cuyo
símbolo es “le Pont Valentré”, puente fortaleza medieval en el río Lot, el más completo y representativo de Francia, que resistió al asedio que Henri de Navarre
realizó sobre Cahors en 1580, que frenó a los ingleses en la guerra de “Cent
Ans” y hoy me invita a que lo cruce en acto solemne, con la bici a mi costado; la calma y la serenidad la vivo en
Saint-Cirq-Lapopie, al borde de riviére, valle de Célé, los altos muros de
caliza en su máxima calidez, son pared
de casas habitadas por modernos trogloditas.
Una visita a la Abadía de Saint-Pierre de Moissac me sitúa ante las impresionantes figuras del
“Apocalypse”, y excepcionales son les soixante-seize capiteles de su claustro.
Y en calmada pedalada que sube y rápida pedalada que baja
oriento mi destino, primero hacia sur-oeste y llegados frente a pirineos el
canal lateral de la Garonne me ofrece la “ Veloroute des deux mers “ , este
canal une el mar atlántico en Bourdeaux con el mar mediterráneo en Narbonne, el
río Garonne, con su canal lateral, posteriormente canal du Midi, se encuentra
con el río Rhône antes de verter la aguas en el mediterráneo, me siento
orgulloso de estar en este hermanamiento de dos mares, entre bosque, agua, …
aunque echo de menos la compañía –las aguas del río Rhône y otras las orilleé
junto a Maite y Félix -. Al atardecer me despido de los ríos y me adentro en el
“pays du haut Armagnac”, la tour de Lamothe da idea de la codicia, rivalidades
y miserias humanas –línea del frente de la guerra de los cien años-, los
célebres Gascons, capitanes mosqueteros con residencia en Condom; la industria en la noche trae a esta comarca
en la villa de Eauze los “convoyes”
nocturnos que transportan las alas y fuselaje de los enormes Airbus. Y en giro
noroeste transito entre las Landes y les Pyrénées-Atlantiques, aquí los campos
se vuelven largos ocupados en maíz y olor a pesticidas –se sabe que las liebres
tienen mucha dificultad para desenvolverse entre estos grandes campos de maíz,
así como los jabalíes-, circunstancia que preocupa a una parte de la sociedad y
desde ahí la unión europea está recomendando producir multicultivos –mosaicos con biodiversidad-.
Me desvío a la derecha y dejo a Saint Jean Pied de Port paso a Roncesvalles y busco la mar en San Jeant de Luz, un azul
esmeralda invita a mi cuerpo a
sumergirse en la frescura, y me dejo adormecer en las arenas doradas; con las mañanas
y tardes mecido en el oleaje, tintado de yodo,
tenso el arco y lanzo la flecha a mi destino; Hendaya, Irún inscriben su
nombre en las últimas fotos de este viaje, son el último tampón de la hoja de
ruta.
P.D. a este viaje: 2.627
kilómetros que la bici me ofreció; 6 países con sus gentes, paisajes, y toda la
alquimia de ideas que me sugirieron; disfrutar de Maite y con Maite, la
compañía, la conversación de Félix y Fer; dormir bajo las estrellas, lavarme
con un chorro de agua sin cañería, desayunar con el rocío; ver la llegada de la
tormenta, su estallido y sentirme seco a su paso; comodidad con las mínimas
necesidades; escribir mis recuerdos… que acabas de leer; esperanzado por ver en
Suiza una red de centrales para cargar la bici-eléctrica (que no por ello se
deja de dar pedal, es más, es necesario dar pedal para que el sistema eléctrico
se active) que apoya las rutas de largo recorrido de cicloturismo que este país
brinda a todos sus ciudadanos sin límite de edad o condición física; a un mes de retirar las alforjas de la bici, hoy
todavía cuando pedaleo sin ellas y al ponerme de pie en ella, siento como me desequilibro, …las alforjas equilibran
el camino…
En el texto escribo “palabras inventadas”, quizás, es el resultado de desconocer las lenguas de
los países por los que he ciclado, y si a
la necesidad de comunicar le añades un poco de ingenio, fluye
entendimiento, este texto es
extensión del viaje. En cualquier rincón
del mundo, los sentimientos, las emociones -llorar, reír- tienen la misma expresión,
contienen el mismo sentir.
Nota del Autor: Las
mamas y papas, en Berlín, les compran a sus hijos de 6 años alforjas Ortlieb,
yo a los 52 y para mí (triste historia), no para mis hijos…
Desde
el balcón de Jade, Pedro Díaz
OURENSE,
17 DE SEPTIEMBRE DE 2012
No hay comentarios:
Publicar un comentario