4.12.12

EL ARCO ESTE DE LA VIEJA EUROPA EN BICICLETA DE CICLOTURISMO



EL ARCO ESTE DE LA VIEJA EUROPA EN
BICICLETA DE CICLOTURISMO (Español)
TREKKINGRAD , TOURENRAD, RADFAHREN (Alemán)
VOJAGBICIKLO, TURISMA BICIKLO (Esperanto)
VÉLO DE TOURISME (Francés)
TOURING BIKE (Inglés)
ROWER TURYSTYCZNY (Polaco)
CYKLOTURISTIKA  (Checo)                           
                                                                       Julio y Agosto de 2012

Hoy os propongo un viaje por el arco este de la vieja Europa, la rodadura de la bici es una schwalbe –joya alemana-, más que menos dos mil kilómetros sin parches, y después de recorrer la provincia de Cádiz –dignamente hermosa-, con más que menos 20 pinchazos en la época de las crucifixiones y procesiones de mantillas,  peinetas y costaleros… un lujo estos alemanes.
El viaje lo inspira la música de Mozart y hacia él nos dirigimos –Salzburgo- está en el centro  del arco.
Yo no estoy en el centro de arco alguno, viajo en una línea, que con paso muy corto, mirada estrecha  en escudar y visión muy limitada en detalle -soy holgazán en la cultura-, intenta que las sensaciones dibujen coordenadas hacia las que orientarse –en versión revoluciones/ideas- . Me interesan las revoluciones, no las conversaciones que revolucionan, para mí, no sé qué…
Mis héroes, los viajeros que consiguen documentalizar lo que están viendo –versión libro, fotos, documental,  su gesto en la vida-.
Después de timbrar a todas las posibles escasas posibilidades de viajar con la bici en todo menos en avión –por el trato indigno que reciben nuestras compañeras-, nos subimos al avión en Madrid –la T4 impoluta desmesura- de la sala de espera succionados al asiento del avión, sin mota de polvo ni brisa de la mañana -son las 8-. Aeropuerto de Berlín, escalerilla y por alfombra la pista  -1ª foto al natural- sin focos y anuncios de hamburguesas, caminamos por pasillo anexo a la nave principal, el techo tiene a la vista cañerías, mangueras, cables de conducción eléctrica - la ornamentación y escaparatismo no tienen oficio-  y a medida que Berlín nos acoge, la respiramos como un pueblo que perdura en lo añejo explorando en lo nuevo con la humildad que la historia les ha marcado, con un borboteo de creatividad desde lo accesible y posible  - sin hipotecas y burocracias que enredan lo primogenio-. Berlín son aceras con uso, en donde las piedras de diferentes historias se mesturan, las bicis se apoyan en los árboles -las hierbas crecen entre sus radios-, los bancos –cajones descuadrados-  donde todos los culos encuentran su molde, terrazas y terrazas con pequeñas mesas y sillas -cada una de su casa-. En Berlín los pájaros  despiertan  las mañanas, los árboles buscan la luz en libre equilibrio –las tijeras de podar se oxidan en Berlín-, los jardines no tienen concepto en Berlín, las hierbas, arbustos son nido de pájaros, aves, mamíferos, reposo de mirada, olfato, naturaleza que exhibe su derecho a estar, si se deja,  en lo humano. En Berlín los escaparates son las ventanas de las casas; los usureros prestamistas en Berlín ocupan los sótanos, en Berlín no hay mercaderes, la creatividad no se cuece con euros. Berlín, Berlín no es Alemania, Berlín  es República Independiente de Europa, y ahí os la dejo con estas poquitas miradas… Berlín… tiene muchísimas más.

Alemania es otra cosa, de entrada deciros que nos resultaba muy complicado encontrar a persona alguna en la sucesión de viviendas unifamiliares de tiralíneas que el carril bici deja atrás –creemos que estarán todos en canarias-, difícil una cerveza, una tienda para calmar el pedaleo con la escusa de cestear entre las mujeres alemanas pensando en la saciedad de una comida; sí,  Alemania es el paraíso del cicloturismo –construyen una carretera para coches y en paralelo un carril bici con mejor asfalto  ¡SI!, pero nos preguntamos y estas gentes  que ocupan estas casas? Cuando laborean los jardines milimétricamente trazados, sin un pelo de hierba que levante el brazo. Alemania tiene kilómetros de bosque, nuestro amigo Félix –“guardián de bosques”-, enseguida nos pone en conocimiento, no existe biodiversidad –bosque autóctono-, son líneas de postes –bosque de producción intensiva-, nos ofende esta pulcritud.
 Pedaleamos a la vera del río Sprêe, cerquita de la frontera con Polonia, y a Polonia nos pasamos buscando pueblos y gentes que se sientan a la puerta de casa y entre ellos  “calcetan”  cuentos y chismorreos, y los encontramos –tienda, bar, correos, todo ello en uno, y hasta conversamos en español con los lugareños. En Polonia impactamos con la cara de Merkel, el Fondo Monetario Internacional, la Organización Mundial del Comercio, el Oficio de Albañil nos hace la lectura: el ladrillo que levanta una granja en Alemania es el mismo ladrillo que levanta la granja Polaca, el albañil el mismo, el diseño arquitectónico el mismo, el volumen de la edificación el mismo; hoy la granja alemana está opulenta y en plena producción, la granja polaca abandonada.  Los campos de trigo y maíz comienzan en el horizonte y terminan en la frontera con Polonia; a la entrada de Polonia tomando una cerveza nos dicen que tengamos cuidado,  en Polonia te pueden robar –pensamos que eso se lo harán a los alemanes que están cargados de opulencia-. Circulamos por carretera de adoquín, recordamos los carromatos de la edad media y casi el surco guía la dirección de la bici, nos acompaña en su bici un hombre corpulento  que viene de charlar en el otro pueblo con sus vecinos y al paso mirará una pequeña leira de patatas para el consumo de la casa y hablamos de aquello y de lo otro, con su brazo nos señala su pueblo, en el cruce nos decimos adiós. Volvemos a la salchicha alemana, para mí tiene la piel dura, me decanto por el codillo. Algunos… de cuando en cuando se rebelan al pedal y ellas sin quererlo -las bicis- nos meten en  patio de casa alemana, él está arreglando el biscutercortacespez, con plano eléctrico y ferretería de herramientas, ella nos asusta –macromujer-, nosotros llevamos a Maite por mujer, la escala de dimensiones nos hace comprender con claridad lo que es grande y lo que es pequeño. Comimos bien y no conseguimos arreglar el biscutercortacespez, más bien nos retiramos cuando Félix sugirió quemar la boquilla de la bujía, fuimos testigos de la rápida compresión del alemán y de cómo despojaba de nuestras manos herramienta alguna.
Sedientos de cerveza y aplastados por los monocultivos adelantamos a barcaza que navega rio abajo y en rápido pedal buscamos el primer pueblo checo que nos acoja, es una villa de plaza ancha y abierta, un bar, son las 11 de la mañana y ya  encontramos a gentes que se apoyan  en la barra, sentadas en la mesa con su vaso y relleno, nos miran… lo que nos resulta extraño… y comprendemos que no nos ubican en el planeta –nuestra lengua no es de país vecino-; aquí ya echamos rápida  cuenta,  en Chekia tres cervezas de ½ litro equivalen a 1 alemana, la parte de hombres –que a mí me corresponde describir y que conforman la expedición- ya cabalga entre bodegas cerveceras y canalillos de ajustado corsé- Chekia disfruta de las mujeres más  seductoras y elegancia  que se nos ha permitido ver en el arco de estos 6 países; hasta donde sabemos la chica de la expedición  no disfrutó de hombres dulces, todos presentaban un porte descuadrado, sí es cierto que fue piropeada “chica guapa española está”, y respondida al canto del timbre por estrecha vereda con palmitas, sonrisa, mirada, lo que provoca suspiro, coloretes y no se sabe cuántos efluvios más, un mareo de sensaciones que como pudimos tuvimos que apuntalar para que no se nos callera al río.
Vamos llegando a Praga, bien bañados en cerveza que con  los 80 kilómetros que sin quererlo veníamos haciendo día a día, eran evaporados en pasmosa contemplación e incomprensión por nuestra parte  -nos evaporamos dos litros por día-, el agua la utilizamos para hacer los espaguetis, el desayuno , lavar los dientes e in extremis el “lavado por parroquias”. ¿Dónde queda Berlín?... Viajar en Bici no es viajar en coche, hemos pedaleado por 6 países en mes y medio, y en tiempo real, si en tiempo real, cada 10 días cambiamos de país, esto en coche es una matada, estas deseando llegar a casa para descansar de gasolineras, aparcamientos, terrazas, gente, piedras unas sobre otras que dicen que son bonitas etc., en bici la cadencia del tiempo es otra, cuando llegas a Praga, Berlín ya está pensado, sentido, repensado y resentido mil veces en pausada palabra; en bici la ciudad la garabateas toda, en coche la descubres desde el ascensor del parking, la caminas arrastrado por el asfalto, la descansas en la siesta de los  hoteles clonados y aspiras a sentarte en la esquina de alguna terraza deseando que la ciudad te la echen en pantalla gigante en la pared de la plaza que tienes enfrente… estás que no puedes más, pero el protocolo hay que cumplirlo y esta página se repite un día y otro día, aliñado con el sablazo de la gasolinera y dóoooonde comer. Viajar con alforjas es otra cosa…
Praga…, Maite le retira el maquillaje y nos descubre una ciudad cartón, edificios huecos, ya no sólo es una ciudad con paredes pintadas y edificios de grandes dimensiones horizontales, lo que es una curiosidad y encanto especial, Praga es un Pack turístico, las agencias de viaje han secado las alcantarillas de la ciudad, Maite tuvo el privilegio de visitar Praga antes que las agencias de viaje, y aquella era la Praga de la Primavera, hoy es una ciudad temática. Hasta tal punto es así que salidos del circuito, la agencia de viaje termina en una acera y la otra de la calle en paralelo retoma la cotidianidad, allí nos encontramos con  la lavandería –su dueña -una chica embarazada- que nos lleva de la mano enseñándonos los pasos a dar, librería para ver mapas, tienda de montaña para comprar la bombona de gas, tienda de comestibles, gentes con cesta de compras, bicis que portean a la mamá con el niño de traslado de casa a casa.
No nos engañemos, las ciudades en Europa, no se hicieron pensando en las bicis, la bici siempre estuvo en la ciudad, pero la ciudad no siempre estuvo con la bici, los coches allí también tuvieron toda la exclusividad del espacio, pero de años para acá la responsabilidad del  que toma el voto, o la ocupación en masa y en derecho del espacio público, devuelven a la ciudad el sentido del vivir en pausado crecimiento, mimando la historia de lo hecho y  en fina pincelada con mucha humildad proponiendo nuevas líneas; las ciudades no tienen ruidos, surcadas por autobuses eléctricos y cadenas de tranvías eléctricos –si bien surtidos por  demasiadas centrales nucleares-, permiten un fluir limpio a todos los sentidos; aquí es atracción turística el tranvía de A Coruña, por ahí es normalidad.  En Ginebra, los parques, son bosques para vivirlos, en  los que puedes hacer un fuego,  una parrillada en el jardín del edificio –por otro lado tremendamente  gris, opaco… tétrico- de la Organización Mundial del Comercio.
La República Checa nos regala unas rutas para cicloturismo de largo recorrido, cuidadosamente señalizadas –sin sobre gasto, aprovechan postes y todo soporte que se ajuste a la idea predeterminada-, no supone esfuerzo  encontrar la señal que nos orienta, con muy poco carril bici, estrechas carreteras sin tráfico, caminos que deambulan por el bosque –aquí si autóctono-, entramos y salimos de pueblos, ciudades y villas sin mayor dificultad; porque debemos  saber que entrar en una ciudad caminando, en coche o en bici –es fácil- dirección centro o cúpula de catedral, pero salir tiene otros cantos, sobre todo caminando o en bici, arterias de autovías que se circunvalan unas a otras y así mismas,  en vertical y horizontal, polígonos industriales  con traseras que son estercoleros a cielo abierto, y cada tajada que la excavadora se come para nuevo edificio se lleva por delante como palillo para limpiar sus dientes toda posible pasada señal de orientación allí humildemente colocada –las salidas son de nervios-, puedes terminar en la boca de una autopista, en la calle de un polígono sin continuación, siempre terminas con  cara de tonto no comprendiendo…  y siempre nos decimos… lo mejor es coger un tren –esto en Europa,  en España la bici es objeto molesto para los medios de transporte- que nos saque a 15 kilómetros de la ciudad.
Ya estamos llegando a Ceské Budejovice al sur oeste de Chekia y próxima a Linz ciudad austríaca, aquí nos despediremos de Fer;  su perfecto alemán nos permitió saborear platos mucho antes de pedirlos, a sabiendas de que no fallaríamos en el pedido; su perfecto alemán, le permitió – a ÉL- caminar, conversar, mirar, intercambiar no se sabe que sonrisas, tropezar el gesto en tontería alguna, “quedar” para no se sabe qué  de la llave-  al lado de las chicas más seductoras de Chekia – entre muchas… Jana -; su perfecto alemán nos ilustró sobre las formas y maneras de los alemanes;  su perfecto alemán sembró de cultura las autopistas de carriles bicis que los alemanes nos ofrecieron. Pero lo que más nos permitió su perfecto alemán es disfrutar de Él.

Hemos recorrido Chekia de noreste a suroeste, acompañados por los grandes ríos Sprêe, Elba, , Vitava, así como acompañados por el continuo paso de trenes de mercancías y viajeros; Chekia tiene una red de ferrocarril extensa, los ríos a un lado y el otro disponen de doble vía, día y noche circulan trenes con la frecuencia que la seguridad de distancia permite entre ellos; deducimos que Chekia dispone de  la mano de obra barata para Alemania, nos sorprende el paso continuo de trenes de mercancías.
En un paraíso de bosque, no lejano a la frontera con Austria, y no lejano, porque en este mundo no sería de otra manera, de central nuclear, un pueblo acoge a un alquimista informatizado, de la maquina-ordenador extrae la esencia de toda planta, fruta; catamos sus mexturas ¡ hasta licor café ¡ -producto made in ourensano por excelencia-, cultiva este alquimista, su mujer profesora de español en la universidad de Chekia nos ilustra sobre alquimias  y otras vidas. Disfrutamos del encuentro.
Chekia tiene mucha historia y sabedora de lo que hay fuera no quiere que nos vayamos, la salida nos la pone cuesta arriba y aunque por un praderío de vida: bosque, agua, fragancias, vamos perdiendo oxígeno, y… vaporizados por el alcohol que la otra ladera –austríaca- exhuda nos sentimos atraídos;  dulces prados verdes en desnivel suave, granjas enormemente enormes ennoblecidas con madera, ganado estabulado y tractores a la verde siega - las flores en la casa  ponen una mota de color y calidez a las inmensas extensiones de prados-, todo excesivamente atendido.  La primera cerveza, seca el cauce de calderilla con el que nos movíamos por Chekia días y días –en ágil cálculo toda terraza desaparece de nuestro paraíso-;   acampados en lo alto de la torre del pueblo bajamos  a los sótanos donde descubriríamos que el licor no se hace añejo y la cerveza  es el brindis de la salud, antes de entrar ya nos solicitan para que les acompañemos en  larga mesa, tímidos y  corteses  a la vez, rehusamos, así que el primer austríaco que entra, se sienta al lado de nuestra chica y en español ibizenco le exhibe sus encantos,  Maite que a los ojos mira, se los encuentra demasiado brillantes, para nosotros es temprano para estar ya con una tajada tan prolífica en palabras; nos obsequian con un licor, a lo que respondemos con el licor café que pretendíamos llegase a España y que nos regaló el maestro informático-alquimista de multilicores Checo,  como abejas a la miel nuestro panal se quedó pequeño para acoger tanto visitante, por supuesto la botella se secó en un momento, y a partir de ahí se sucedieron palabras, conversaciones, licores, cervezas, bailes, cantos y ni un bocado de comida… dos días nos llevó salir de la torre y todo gracias al viento que nos azotó y zarandeó hasta secar el alambique aguardentero.
Buscamos el Danubio entre las grandes  montañas que suavemente nos permiten un pedal sin fatiga –las carreteras en estudiado desnivel nos resbalan hacia el Danubio en Linz-, comemos en el parque, compramos la bombona en tienda de montaña, admiramos el Danubio –no nos llama el bañarnos, la caliza descompuesta en el agua no permite su trasparencia y un cierto lodo enfría el sol que se pega a nuestra a piel; Linz ciudad industrial que seca al Danubio, permite realzar el deseo de Salzburgo,  y a pocos kilómetros de Mozart se nos reafirma lo que para nosotros fue una sorpresa:  la  simpatía, humor  y lo mucho que les gusta  conversar a los austríacos.
Reservamos dos días en camping a la entrada en Salzburgo y un turismo donde la batuta de la música pone melodía y ritmo a paraguas alguno de guía, donde  los pentagramas de Mozart diseñan el trazado del tranvía, nos permiten sentirnos cómodos y disfrutar de las gentes multiculturales, disfrutamos de una ciudad donde el culto de la música no permite falsetes –los negocios son auténticos, no existe el plagio de marcas ni marcas comerciales y de estar –muy discretamente colocadas-. Visitamos la casa materna de Mozart, nos cautiva la responsabilidad social de los padres de Mozart, el abandono de la comodidad y la entrega de su vida para dar a conocer la música de Mozart. Comemos  y conversamos en un fresco callejón de escaleras, Mozart liga nuestra propuesta de comida. La fortuna de enriquecer nuestro espíritu y mecer las emociones se nos brinda a las 18,30 de la tarde en la catedral dentro del marco del Dom Konzerte Salzburg:  Freitag, 3 august  W. A. MOZART  “Ein Stück für ein Orgelwerk in einer Uhr”  KV 594 REQUIEM  KV 626 u.a. Aleksandra Zamojska (Sopran), Monika Waeckerle (Alt), Bernhard Berchtold (Tenor), André Schuen (Bass); Salzburger Domchor, Japanischer Gastcho.  Ya estamos sentados en las primeras filas -30 euros-, nerviosos intuimos una apoteosis de efervescencias entre la piel, las otras gentes no ocupan nuestra mirada, como focos de luz los ojos acompañan el camino y acomodo de músicos y coro de 70 voces, sentimos  la trascendencia del acto a través de las posturas que soprano, alto, tenor y bajo adoptan al paso de la partitura;  el tejido de nuestro cuerpo vibra, las emociones que traspiramos humedecen la textura de la piel, no nos movemos  por temor a despistar una nota,¡ no ¡, no nos movemos por que las notas nos tienen silenciados, cautivados; concluido… el suspiro nos devuelve el aliento de vida, la mirada recompone nuestra existencia, somos de los últimos en salir, caminar no nos resulta fácil; las bicis nos esperan en la plazoleta de la catedral. Félix y Maite…  esmigadores de salsas, aromatizadores  de grado alguno que hubiere en estado líquido y previsores de decadencias del alma,  ya tienen localizada la Abadía cervezera, y en cierta verdad Abadía fue, techos catedralicios decorados con  rojos y exhuberancias que invitan a la charla y humedecer los labios, estanterías al alcance de la mano para hacerse con jarra blanca y pesada, capillas con viandas para todo paladar, fuente con pilón para lavar la jarra y renovar su contenido, mesas corridas y gentes que se brindan salud; codillo, el calor de las gentes, el frescor de un litro de cerveza, la conversación, todo ello en tiempos que la tranquilidad propicia sacian vacío alguno.


Por momentos no existe viaje en bici o el viaje ya cumplió su objetivo, no tenemos destino, ni emoción mayor que pueda superar la vivencia de Mozart, y a estas horas  la Abadía, con cierta desorientación buscamos el camino hacia nuestros sueños, de entrada el camping.
 A la mañana, sin orientación definida –confundimos Berna con Genéve-, pedaleamos al encuentro de la frontera con Suiza, previo paso por el Tirol austríaco, y buscamos una librería que imprima la cartografía en nuestro cerebro, será el librero del pueblo el que nos lea el mapa,  describa los valles y montañas que nos acompañaran; no hay una palabra que diga esfuerzo, pero sentimos dudas –no pronunciadas-  de nuestra capacidad motora para el reto de las montañas del Tirol; en el pueblo nos dejamos cautivar por el grupo de Jazz que acompaña la sesión vermut, echamos de menos la terraza –que las ahí-, pero nos están vetadas, plátano y fruta en un banco de la plaza es el regalo que nos hacemos,  y pesarosos sin esperanza pedaleamos…, el río Inn  adelanta con facilidad nuestro pedal  pero nos anima saber que su dirección es la misma que la nuestra –al encuentro del  Río Rhône.
 Remontes para uso del pueblo, remontes de estaciones de esquí sencillas, sin complejos urbanísticos ni infraestructuras que malforman el paisaje, señales que en Innsbruck  anuncian el prohibido esquí de fondo por la acera nos dejan ver que estamos en temporada baja, y que la nieve y su uso es un hecho de la cotidianidad. Los pueblos del Tirol con casas de madera, se asientan a media ladera, la ganadería, la industria de la madera y un turismo invernal diario y discreto dan vida a estos pueblos, en los que las modernidades no encuentran clientes; los tiroleses y tirolesas tienen su propia línea de moda en ropa, nos cuenta nuestro amigo Félix que ellos no llevan calzoncillos, amoldar el pantalón de cuero lleva su tiempo. Hoy es santa Ana, fiesta en el pueblo que acampamos, por la mañana levantados con el ruido del montaje de la carpa, mesas, sillas y enseres varios  que acogerán a los y las tirolesas participantes en la fiesta; misa, después música, danza, cerveza y salchicha; la lluvia no deja hueco para la música y la danza, a las 11 de la mañana, los tenemos con la jarra de cerveza; Félix y Maite alargan el desayuno  con ½ litro de cerveza, a las salchichas no llegaron.
Los valles largos de media anchura, nos enfilan hacia Suiza, Austria nos despide con estrecho paso en bajada, río y árboles; subimos unos kilómetros y en bajada suave la aduana de Suiza nos da la bienvenida, cambiamos dinero, no encontramos mapa  y  dejamos que la carretera nos lleve; es medio día, el sol se encajona en el valle, nos saltamos el 1º “Furancho” –nombre que Maite, en honor al apego de Félix por las capillas vitivinícolas, acuñó para nombrar las capillas cerveceras-, el segundo furancho  está  en  el camino -una gran alegría, no lo contábamos- a un lado dejamos las bicis y en el otro una mesa, silla y banco; de las alforjas salen chorizos, quesos, pan y ensalada, cerveza de medio litro y charla en lengua romance, un rosario de nietos todos dentro de la misma cuenta hacen del camino su patio, la abuela -una madomna grande- tiene un yerno portugués -, su nieta nos regala unas pocas palabras de portugués; estamos cómodos, el camino es de tierra y nos hacemos el remolón, la madomna nos dice que sólo tenemos un poco de subida –nada-, resultó un muro corto pero de escalada –superado-,  el bosque, las curvas, el camino en sí nos cautiva, acamparemos a pie de camino, con mesa, agua y pilón, pequeño contenedor para la basura, flecha con indicación de zona de WC, todo ello siendo uno más en el bosque; por la mañana, Maite lee con la luz blanca del día, en el desayuno emite la queja de que sus cosas siempre están fuera de la tienda, ella siempre amanece sin doble techo. Félix siempre amanece con paso decidido y orientación clara. En este viaje no se escuchó queja alguna en cuanto a estreñimientos.
Por la mañana… amabilidad,  puntualidad, coordinación, las agujas del cambio de vía –manuales-, la comprobación de los frenos a golpe de martillo dan salida a los trenes  en Suiza, con los Alpes como escenario, el sentido del equilibrio, la gravedad y los retos en ingeniería nos hacen sentirnos niños acomodados por su mamá en el vagón de la admiración, que en magnífico estudio de los mapas por parte de Félix y Maite, nos permite salvar una inmensidad de altitud  a través de 15 kilómetros de túnel –construyen uno de 50 kilómetros- y bajarnos del tren sin antes vivir la velocidad cero de bajada por inmensa ladera en la que en zig-zag la cabeza del tren pasa al lado de la cola del tren, y nos apeamos del tren en estación entre montañas, de la que bajaremos y bajaremos acompañados de arroyos que buscan el descanso en el valle, nos dirigimos a Ginebra, pero antes acompañaremos a cicloturistas que hacen la vía Claudio Augusta al encuentro del mediterráneo por Italia.
La tarde adelanta sus horas y ya tenemos que pensar qué lugar nos acogerá en la noche, no hemos encontrado muchos campings, por lo que cabe la posibilidad de acampada libre, entramos en valle, en el camino a la izquierda mesas y bancos corridos sirven de punto de encuentro para festejar algo, nos paramos más que nada por observar si la fiesta es de comida y bebida, pero la voz con el trino tirolés cautiva el oído y en memoranza de nuestra infancia murmuramos a distancia a Heidi-Pedro; entendemos que la fiesta tiene su sentir en las personas que se encuentran en el lugar, sentir que para nosotros está lejano, por lo que respetuosamente y con pedal callado abandonamos la ilusión de cerveza; a poca distancia y a su derecha observamos un pequeño aeródromo en el que se encuentran a pie de pista aeroplanos pulidamente blancos y volumen con una línea –aerodinámica-  que  seduce nuestro razocinio y alimenta la idea de volar; sugerir la idea y preguntar en hangar fue solo girar el manillar y abrir la boca, la respuesta no se hizo esperar: mañana a las 10 nos reunimos todos y se planifican los vuelos; sobraban más preguntas y miedos; nos brindaron las instalaciones del aeródromo, acampamos, cenamos y dormimos… mañana volamos sobre los Alpes.
El pueblo, copropietario junto con los pilotos de los aeroplanos, de este antiguo aeródromo  militar, es un joyero de casas de robusta madera apoyadas en bajos pegollos, los arroyos en su correr,  salpican y dan sonido agudo a pesadas vigas de árbol no maltratado en tablas de madera, es más la azuela que la sierra la que da sentido  a estas casas de ayer y de hoy.
A las 9 de la mañana ya tenemos todo recogido y estamos expectantes a la reunión junto  al hangar, un corro de 25 personas da la palabra a la información que los expertos y responsables de organizar los vuelos ofrecen,  nos oímos citados como turistas españoles que desean volar… nos presentamos y saludamos con la mirada y gesto; terminada la reunión un piloto se dirige a nosotros y nos informa que serán tres vuelos de una hora y media cada uno, el primero a las doce de la mañana, cada vuelo 90 euros y volaremos en un aeroplano –una joya- con 60 años de antigüedad. Me otorgo el primer vuelo, después Félix y por último Maite –tiene claro que volará, pero se permite la duda-, llegado el momento el aeroplano fue como subirse al carrusel… emocionante, y bajarse del carrusel … con luces que chisporrotean.
Volamos a 3000 y 3500 metros de altitud, a una velocidad de 80 a 100 km hora; salimos remolcados por una avioneta y llegados al punto que el piloto consideró –el cordón umbilical retorna a la avioneta- y nos sentimos suspendidos con el sonido del aire al roce frágil en estructura de delicada figura que era nuestro aeroplano, varillas de metal no más de 1,5 cm de diámetro dan estructura,  ¿cartón, papel, madera, chapa? de no más de 3 milímetros de espesor dan cuerpo a armazón, campana de ¿metacrilato, plástico? a modo de uña cóncava que permite ver sobre nuestras cabezas, a la izquierda y a la derecha, y un pequeño ventanuco por el que el piloto testaba la temperatura a la búsqueda de aire caliente que nos permitiese ascender; tres relojes: altímetro, velocímetro y nivel de horizontabilidad de aeronave, mas una palanca que permite dar movimiento a los alerones; el copiloto -nosotros- disponemos del mismo instrumental, el piloto nos invita a probar la sensación de volar con nuestra propia mano, la tendencia era vuelo a tierra, por lo que las rectificaciones del piloto eran constantes; en ciertos momentos me pregunto: por la persona que hizo el 1º vuelo, al estar en altura y plantearse aterrizar ¿Cuántas dudas le entrarían?, porque la realidad es que el tortazo es de pastel de manzana. El aterrizaje de este tipo de aeroplano es  con frenada de costado a pocos metros de la pista –impresionante vivido desde la cabina y visto desde la pista –sin conocimiento  previo, de susto-.  Volamos próximos a glaciares, lagos alpinos, crestas, a la frontera con Italia, estamos cerca de Zermatt, el pueblo más exclusivo de Europa, que reposa en ladera del Cervino o Matterhorn.
El piloto, nos regaló más tiempo del pactado inicialmente y nos ofreció una cerveza de despedida a pie de hangar, con la que ensalivamos, reímos y compartimos nuestras emociones, miedos, mareos y superaciones.
A las siete de la tarde, decidimos despedirnos de la familia de pilotos, sabedores de lo exigente y lo altamente cualificados que tienen que ser y estar estos pilotos, vuelan 4 meses al año sobre los Alpes –el riesgo está ahí-. L a bicicleta –nada celosa- nos llevó, permitiéndonos  conversar  sobre las maravillas vistas y vividas con el aeroplano.
 Por la mañana en descenso suave por estrecha carretera de pueblos tranquilos, que nos invita a degustar las galletas mantecosas en cremoso café, a escribir una postal, a detenernos en pequeñas plazas de fachadas pintadas con motivos varios, a escuchar las fuentes, a recoger  las notas del piano que se escapan por la ventana;  pedaleamos y alcanzamos en  llaneo un valle que el progreso  vacía de interés, es camino de paso hacia otros valles que guardan los secretos de Suiza - en el que estamos es entrada y salida para el Cervino-Matterhorn por la cara Suiza, por ejemplo-, -quizás sea entrada y salida para el valle que guarda el secreto de la maquinaria de las “navajas suizas” (ese chasquido que  al abrir o cerrar hoja cualquiera de la navaja es seña de identidad inequívoca) –victorinox-, por ejemplo. El valle nos devuelve a nuestras tierras gallegas, de media ladera hacia la ribera se asientan “socalcos”, muros de viñedos como en la Ribeira Sacra Ourensana, aunque con una pendiente muchísimo menor; nos vamos despidiendo de los secretos muy bien guardados de Suiza y ya pensamos en el retorno a Galicia, Maite y Félix tienen vuelo desde Ginebra a Santiago de Compostela para el día 5 de agosto, por lo que pensamos en coger un tren que nos lleve a Ginebra, desde la ventanilla del tren disfrutaremos del paisaje veraniego del lago Lemán.
Ginebra nos recibe en fiestas, ciudad atareada, con muchos tranvías y gentes de compras, con una zona monumental cuidada, sencilla, silenciosa, pausada y que se deja caminar tranquilamente; parques concurridos, su hierba es asiento, mantel, cama, fogata, pista de juego, lugar de encuentro; el lago da inmensidad a esta pequeña ciudad tejedora de no se sabe cuántos textos que gobiernan al mundo, aquí se encuentran las sedes de organizaciones internacionales como la ONU, Organización Mundial del Comercio y otras.
Nos quedamos con la música de un tejedor de sonidos que asentado al pie de un árbol y de espaldas a la ciudad esparce al lago su canto, quizás para que la molécula del agua que lluvia será, perviva en estructura armónica –cristal catedralicio-. Porque en Ginebra, también,  se tejen futuros posibles, cerca del aeropuerto y en frontera con Francia se ubica la Organización Europea para la investigación Nuclear –CERN- con el   “LHC” ( el Gran Colisionador de Hadrones) y el “CMS” (Detector Solenoide de Muones Compacto); el 5 de Julio de este año 2012 hemos conocido la evidencia de las partículas de Higgs, se encontraron en rastros de espirales y líneas dejados en los detectores del LHC por las partículas creadas cuando se desintegran; hoy la resonancia magnética es una técnica aplicada en la medicina que nace de las investigaciones desarrolladas en el CERN y tenemos otras muchas integradas en nuestra cotidianidad, y tendremos otras muchas que ojalá nos provean de humildad y nos reintegren a la convivencia en igualdad de derechos y deberes con el ecosistema.
Hacemos noche en el aeropuerto, Maite y Félix facturan a partir de las 5 de la mañana, amanece gris, lluvioso aunque con buena temperatura…, salgo con la bici a recibir el aire de la mañana mientras Maite y Félix se entretejen entre la gente, ya no me puedo agarrar a ellos, otros les rodean, me siento en un banco -quizás necesito que algo me sujete-, pregunto a un taxista la dirección a seguir y posiciono las luces de la bici –todavía es noche-, un carril bici me transporta, cruzo un pueblo nuevo –residencia de los operarios del CERN-, cruzo las instalaciones del CERN –es domingo y las visitas están cerradas- una lástima!!!!, busco la frontera con Francia, una carretera que siento fría me dice que estoy en Francia, mi mirada y mi cabeza a modo de radar detecta cada vuelo, despegue y destino de los aviones; a las 7,45 Maite y Félix volarán sobre mí, me encuentro en la inmensidad de la tierra solo…  poco a  poco intento que la niebla que sube del río al fondo , me preocupe, que el pequeño desfiladero sea puerta de algo –aunque se ennegrece con el paso por túnel con coches que siento como flechas-, cruzo a pie agarrado a la bici, una subida con paredes que anuncian escalada me da aire, desayuno en pueblo de tres casas a pie de carretera –vendría a ser una venta, como tantas que se encuentran en los collados o pasos difíciles de la montaña y que dan cobijo, auxilio a los viajeros de paso-, el desayuno me calienta y empiezo a sentirme, dos ciclistas de domingo me hacen ver que no estoy loco, que es normal ir en bici por esa carretera y por el mundo, me animo y pienso en la ciudad que guarda mi primer destino, Lyon. Continúa lloviendo y continúa la subida, me molestan los coches, al paso por pueblo, a mi izquierda observo una pequeña estación de tren de obra moderna, me acerco por cuestiones estéticas y a los 15 minutos ya estoy subido a un tren en dirección a Lyon; al mediodía la gran plaza de arena roja da fuerza al sol  que en Lyon ilumina su anchura, edificios de porte neoclásico, juventud que rejuvenece el poso de la historia de la ciudad, me resulta una ciudad alegre y abierta. En la oficina de turismo me dan indicaciones aproximadas de la salida de la ciudad –es en cuesta-, me voy apañando con preguntas cortas y respuestas cortas, será en un Mcdonald´s –tristemente- en donde obtenga una respuesta larga y clarificadora de dirección y pueblos por los que tengo que pasar –mi agradecimiento al gerente de este Mcdonald´s ocupó buena parte de la ruta-. Después de comer ya me siento alejado de los desperdicios que toda ciudad deja a sus afueras, distante ya, disfruto del bosque, de las vistas, de la carretera, del puente que me reencuentra en esta parte de Francia con el río Loira –guía de otros viajes por Francia y sus castillos-; un cicloturista en dirección contraria reafirma mi identidad, pedaleo con suavidad y busco acomodo en camping que encuentro al paso; ya hago a Maite y a Félix en sus respectivas casas situando el tiempo, el espacio, y en una cama…
En Le Puy L´e Valé, villa medieval grande, de calles empinadas y adoquín  en roja piedra de volcán,  con iglesias en picachos que solo cabe espíritu, comienza el camino francés denominado “vía Podiense”; me hago con libro que detalla ruta para cicloturistas –La voie du Puy á Vélo-; duermo en camping de la villa rodeado de multitud de caminantes –son 3, quizás cuatro los que lleguen a Santiago-, yo solo quiero llegar a Ourense o a sus cercanías… o llegar a Irún, pero hoy solo quiero adentrarme por lo que he leído : cruzaré por la Francia Rural, la Francia profunda, al paso no se encuentra ciudad alguna ni villa grande en sus dimensiones;  y efectivamente me encuentro con una Francia agrícola, ganadera;  asentamientos de pueblos pequeños con casas en granito de diseño  gallego – la corte abajo, corredor para el maíz, gallinero bajo escalera;  desde el pueblo una mujer con vara acompaña a unas pocas vacas en su camino a la hierba;  leiras no grandes, con pasto verde para el ganado, piedra de granito, o postes de castaño con alambre de espino que establecen linde, no me siento lejos de mi casa; las villas sin tiempos modernos se dejan estar en su Medievo, los turistas o son caminantes de montaña o los propios lugareños afincados temporalmente en otras villas o ciudades de trabajo, dicen más provechoso; disfruto del “ retourne du temp”.
  Vengo de pedalear por cinco países de Europa, en donde la llanura prima sobre la altura y aún  ésta, en ágil cintura y hábil cabeza conseguimos superarla y aquí, me encuentro con una Francia que es toda montaña y para arriba más que para abajo, por lo menos es con lo que mis piernas se van quedando, las señales de “C´ol D´aubrac abierto”, acongojan a cualquiera y por llegar llegué a pie de pistas de esquí, de pie en la bici y más adelante que atrás ascendí como peón los riscos del Tour, sin aplausos, ni prensa; no me esperaba estas fatigas en soledad;  pensé… –en día alguno-  que sería meandrear  pour les riviéres  -río alguno-  camino de mar alguno; pero… también disfruto de encuentros  como  en estas tierras austeras de Aubrac,  con lo que fue un plato de subsistencia el “Aligot”  y hoy es un plato de fiesta;  villas como Estaing, Sainte-Foi de Conques con pasadizos, callejuelas que son eco de la herradura del caballo, fácilmente me transportan a la historia; Cahors cuyo símbolo es “le Pont Valentré”, puente fortaleza medieval en el río Lot,  el más completo y representativo de Francia,  que resistió al asedio que Henri de Navarre realizó sobre Cahors en 1580, que frenó a los ingleses en la guerra de “Cent Ans” y hoy me invita a que lo cruce en acto solemne, con la bici a mi costado;  la calma y la serenidad la vivo en Saint-Cirq-Lapopie, al borde de riviére, valle de Célé, los altos muros de caliza en su máxima calidez,  son pared de casas habitadas por modernos trogloditas.  Una visita a la Abadía de Saint-Pierre de Moissac  me sitúa ante las impresionantes figuras del “Apocalypse”, y excepcionales son les soixante-seize capiteles de su claustro.
Y en calmada pedalada que sube y rápida pedalada que baja oriento mi destino, primero hacia sur-oeste y llegados frente a pirineos el canal lateral de la Garonne me ofrece la “ Veloroute des deux mers “ , este canal une el mar atlántico en Bourdeaux con el mar mediterráneo en Narbonne, el río Garonne, con su canal lateral, posteriormente canal du Midi, se encuentra con el río Rhône antes de verter la aguas en el mediterráneo, me siento orgulloso de estar en este hermanamiento de dos mares, entre bosque, agua, … aunque echo de menos la compañía –las aguas del río Rhône y otras las orilleé junto a Maite y Félix -. Al atardecer me despido de los ríos y me adentro en el “pays du haut Armagnac”, la tour de Lamothe da idea de la codicia, rivalidades y miserias humanas –línea del frente de la guerra de los cien años-, los célebres Gascons, capitanes mosqueteros con residencia en Condom;  la industria en la noche trae a esta comarca en  la villa de Eauze los “convoyes” nocturnos que transportan las alas y fuselaje de los enormes Airbus. Y en giro noroeste transito entre las Landes y les Pyrénées-Atlantiques, aquí los campos se vuelven largos ocupados en maíz y olor a pesticidas –se sabe que las liebres tienen mucha dificultad para desenvolverse entre estos grandes campos de maíz, así como los jabalíes-, circunstancia que preocupa a una parte de la sociedad y desde ahí la unión europea está recomendando producir  multicultivos –mosaicos con biodiversidad-. Me desvío a la derecha y dejo a Saint Jean Pied de Port paso a Roncesvalles  y busco la mar en San Jeant de Luz, un azul esmeralda  invita a mi cuerpo a sumergirse en la frescura, y me dejo adormecer en las arenas doradas; con las mañanas y tardes mecido en el oleaje, tintado de yodo,  tenso el arco y lanzo la flecha a mi destino; Hendaya, Irún inscriben su nombre en las últimas fotos de este viaje, son el último tampón de la hoja de ruta.
P.D. a este viaje:  2.627 kilómetros que la bici me ofreció; 6 países con sus gentes, paisajes, y toda la alquimia de ideas que me sugirieron; disfrutar de Maite y con Maite, la compañía, la conversación de Félix y Fer; dormir bajo las estrellas, lavarme con un chorro de agua sin cañería,  desayunar con el rocío; ver la llegada de la tormenta, su estallido y sentirme seco a su paso; comodidad con las mínimas necesidades; escribir mis recuerdos… que acabas de leer; esperanzado por ver en Suiza una red de centrales para cargar la bici-eléctrica (que no por ello se deja de dar pedal, es más, es necesario dar pedal para que el sistema eléctrico se active) que apoya las rutas de largo recorrido de cicloturismo que este país brinda a todos sus ciudadanos sin límite de edad o condición física; a un  mes de retirar las alforjas de la bici, hoy todavía cuando pedaleo sin ellas y al ponerme de pie en ella, siento  como me desequilibro, …las alforjas equilibran el camino…
En el texto escribo “palabras inventadas”, quizás,  es el resultado de desconocer las lenguas de los países por los que he ciclado, y si a  la necesidad de comunicar le añades un poco de ingenio,  fluye  entendimiento,  este texto es extensión del viaje.  En cualquier rincón del mundo, los sentimientos, las emociones  -llorar, reír- tienen la misma expresión, contienen el mismo sentir.
 Nota del Autor: Las mamas y papas, en Berlín, les compran a sus hijos de 6 años alforjas Ortlieb, yo a los 52 y para mí (triste historia), no para mis hijos…

                                                           Desde el balcón de Jade, Pedro Díaz
                                                                              OURENSE,  17 DE SEPTIEMBRE DE 2012

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